Tragaluz (Parte 1)

Ezequiel. Primer piso, puerta 2.

 “La fotografía es un secreto sobre un secreto, cuanto más te cuenta menos sabes.”

Diane Arbus.

Apagué la televisión dejando caer el mando sobre la mesa del café con cierta dejadez. Llevábamos quince días sin hacer vida normal y parecía que el mundo se desmoronaba por momentos. Un virus, algo que ni siquiera está vivo del todo, y había conseguido paralizar el mundo tal y como lo conocemos. La economía, las fronteras, ¿y las personas? Todavía se hablaba poco de las personas. El sistema sanitario desbordado y el Gobierno tratando de calmarnos, algunos medios de comunicación aprovechaban para hacer propaganda, otros para volver al periodismo de verdad. Gestos de solidaridad entre países y regiones, y personas que invitaban a pensar que era mejor que de una vez por todas la humanidad se fuera al garete.

La sensación que me recorría el cuerpo era extraña, un aislamiento impuesto desde fuera es distinto al que uno decide hacer por voluntad propia, como se hacen esos fines de semana en los que llegas a casa el viernes de trabajar y no quieres saber nada del mundo exterior hasta el atasco de vuelta a la oficina del lunes por la mañana. Pero ahora, al decimosexto día de estar en casa comenzaba a imaginar qué debían sentir los presos en la cárcel viendo el mundo tras las ventanas sucias.

Me levanté para buscar el tabaco escuchando cómo el Profesor Mora bostezaba antes de acompañarme hasta la ventana que daba al patio interior del edificio. La verdad es que tenía un perro, un Jack Russell Terrier, al que le daba igual una cuarentena o el fin del mundo mientras tuviera agua, algo de comida y pudiera salir a la calle un par de veces al día, y en cierta manera lo envidiaba, estaba allí sin inmutarse mientras afuera había algo invisible que nos estaba poniendo en jaque a todos. Y nada da más miedo que un enemigo al que no puedes agarrar del pescuezo y darle un par de puñetazos, o pegarle un tiro, llegado el momento por supuesto.

– ¿Y si todo esto no es más que la luz roja que comienza a parpadear en el coche y te hace pensar por un rato que debes llevarlo al mecánico? ¿Y si deja de parpadear para hacerse permanente? Estamos haciendo algo mal. – Encendí el cigarro y decidí que debía dejar de hablarle al perro como si tuviera capacidad de diálogo, aunque debía admitir que en el fondo me ayudaba un poco a no volverme del todo loco durante el encierro domiciliario. –  Es un aviso. – Di una calada al cigarro, escuchando perfectamente el sonido del papel al quemarse mientras se encendía al rojo vivo y observé el cielo que se intuía estrellado allá arriba.

Quizá aquella situación sólo era el primer gran toque de atención del planeta para que empezáramos a respirar más y a correr menos. Me encogí de hombros, expulsé el humo, cogí al perro con un brazo y lo arrastré conmigo a la cama después de lavarme los dientes y mirarme a los ojos durante un rato en el espejo. En el fondo la sensación era de calma, una calma extraña entre el silencio de la calle y los ruidos de la casa. El sonido de la nevera en plena oscuridad, la televisión encendida de Pepa con el tarot a buen volumen cada madrugada, o el gato de Olvido, la de la puerta uno, pidiéndole comida antes de que se despierte. Había aprendido a distinguir prácticamente casi todo lo que sucedía entre mis vecinas cercanas.

La luz colándose por la ventana me despertó al día siguiente y los ruidos de la aspiradora en el piso de arriba, a veces, desearía vivir en el último piso y no en el primero. Primer piso, puerta 2. Había comenzado a perfeccionar la rutina diaria, un café, bajaba a mi compañero de piso a hacer sus necesidades con guantes, mascarilla y un par de bolsas de plástico, después hacía algo de ejercicio en el salón y me daba una ducha, y luego ya lo que me pidiera el cuerpo. El teletrabajo no era del todo desconocido para mí, pero el problema es que a consecuencia del gran parón se me habían suspendido todas las sesiones fotográficas y alguna que otra exposición, por lo que me dedicaba a pasar horas delante del ordenador retocando exposición, luces, sombras y diseñando algún que otro preset.

Después del segundo café de la mañana, mientras trataba de hacer algo con las fotos del viaje a Islandia que había desechado en un primer momento escuché un grito que interrumpió el piano de Ryo Fukui durante unos largos segundos, un grito agudo que se detuvo de forma súbita y que me congeló lo suficiente como para que mi vista se quedara detenida sobre el reloj digital de la esquina inferior derecha del ordenador. Las 12:00 horas. Hora exacta. El Profesor Mora comenzó a ladrarle a la ventana del estudio, sacándome de mi estado de shock, y me apresuré a correr hacia la misma, supongo que casi por instinto cogí la Canon que me acompañaba a todas partes. Al asomarme observé un cuerpo en el patio interior, me noté de pronto la garganta seca y lancé un par de fotos. No pude evitarlo. Había sangre junto a la cabeza y un pequeño reguero desde uno de los accesos, que parecía abierto. Forcé la vista para tratar de identificar algo más. ¿Quién era? Tuve dudas, podía ser la vecina huraña del último piso pero distinguí un monedero rosa alejado del cuerpo. Debía ser Paquita.

– Joder, Paquita. – Por un instante tuve en la cabeza la sintonía de Paquita Salas cantada por Isabel Pantoja y contuve la risa porque no era un buen momento para tomarse una muerte a broma, y menos en medio de una situación de pandemia, con el ejército a punto de salir a la calle para recluirnos por completo. De hecho, en cualquier momento me multarían o me acabarían encerrando en casa por sacar al Profesor Mora a pasear y a dejar sus deposiciones en el pipican pero qué iba a hacer con el pobre animal. No se puede abandonar al mejor amigo del hombre por un virus. Por supuesto que no.

Justo en aquel instante mi teléfono sonó, y comencé a escuchar ruidos en el piso de arriba y gritos que se replicaban en el interior del edificio.

Ay, Paquita.

2 comentarios en “Tragaluz (Parte 1)

  1. Vale más actuar exponiéndose a arrepentirse de ello, que arrepentirse de no haber hecho nada. El Decameron (Boccaccio)

    Gracias por poner la idea en marcha , leer es vida y escribir es catarsis ¡ay, Paquita!

    1. Gracias a vosotrxs, que me habéis seguido la idea y lo estáis dando todo. Está cumpliendo el propósito de distraernos y distraer a los demás estos días 😉

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