Cometes el crimen perfecto, me matas en silencio.
Me agarro las costillas cada vez que vuelve el frío y en cuanto sopla un poco el viento me duele la garganta de contener tantas palabras.
Voy a tener los ojos cansados de no poder mirarte en la penumbra de la habitación.
Los atardeceres son más largos y entremezclan ya de una manera especial los tonos cálidos y los fríos, preparándonos sin darnos cuenta para volver a encerrarnos en casa y taparnos los pies por las noches.
Empiezan a caer las hojas, a llorar los niños mientras van a la escuela, a gritar los padres porque vuelven a no aguantarse tras el retorno a la rutina, a ladrar los perros al escuchar cómo abren el portal de madrugada.
Siguen las mismas personas pidiendo en la puerta del supermercado, el mismo peluquero fumando en la puerta de su establecimiento, la misma camarera tratando de sonreír tras la barra mientras pides lo de siempre, el mismo vecino colándose en el ascensor sin esperarte.
Anuncian tormentas y desastres que nadie querrá reparar.
Anuncian sueños y caídas.
Vienen rápido las nubes y se olvida el mar.
Noto el cielo más cerca y los besos más lejos.
Noto los pozos más profundos y tus manos más frías.
Sácame de aquí.