Supongo que para ciertas cosas uno nunca está preparado, por mucho que se lo repita en la cabeza, por mucho que se imagine las situaciones, por mucho que la gente le indique lo que debe hacer en una u otra situación.
Lo cierto es que a veces no puedo ni afrontar lo cotidiano sin sentirme demasiado inútil, ocasiones que he repetido una y otra vez se me antojan completamente nuevas.
Nunca he sabido despedirme, por ejemplo.
Ni enfrentándome a diario con la muerte consigo aprender cómo se dice adiós para siempre a una persona.
No sé cómo separar mis entrañas de la realidad e ir haciendo camino mientras las almas se quedan atrás.
No sé olvidar.
Tampoco sé cuidar lo que más quiero, a menudo me equivoco en el momento más inoportuno, y también, normalmente el más inesperado.
Tomo distancia, trato de coger aire.
Dicen que las personas somos predecibles pero hay tantas piezas en el puzzle que es imposible saber cómo va a ir todo, el mínimo detalle, un ínfimo cambio mueve por completo la balanza.
Tenemos que estar preparados para todo, y a mí siempre me viene grande adaptarme al cambio.
No concibo que ciertas cosas nunca vayan a mejor.
No soy capaz de entender ciertos comportamientos, ni ciertas acciones, ni algunas conversaciones.
No puedo mirarme al espejo y quererme lo suficiente.
No puedo mirar al techo en silencio y asumir que nunca vas a estar a mi lado.
No sé.
La mayoría de veces tampoco sé para qué escribo porque nada tiene sentido.