Si me hubiera dado cuenta antes de que para ti sólo era una mascota a la que acariciar la cabeza de vez en cuando y dejar los fines de semana encerrado en el balcón.
Si hubiese sido capaz de ver que sólo se me exigía cada vez más y se me daba cada vez menos, y con menos ganas.
Si hubiese sido capaz de ver que la balanza nunca estaba equilibrada.
Si hubiera sido consciente de que nunca ibas a estar dispuesta a lo mismo que yo habría echado a correr en el momento en el que me di cuenta de que me había enamorado.
Después de remontar un río de sentimientos contradictorios, de salir de una cueva en la que había permanecido un largo tiempo a solas, y sin atreverme a nada, dolido con el pasado y conmigo mismo, inseguro, tibio y temeroso; conseguí creer que todo iba a cambiar, que las piezas irían encajando las unas con las otras y que acariciarte no había sido simplemente una casualidad.
Se ha ido deshaciendo todo como el hielo en una copa de whisky y ahora sólo queda la resaca, de esas que no se van ni con pastillas, ni con agua, ni con decenas de horas de sueño.
Ahora quedan los cortes en las manos y ojeras en el rostro, y el llanto desconsolado ahogado con la almohada.
Y reprocharme los errores, y no aceptar los aciertos.
Y no entender nada, en este vasto infierno que me espera.