Irracional.
Al final todo es irracional, nuestra forma de hablar, actuar y hasta de andar.
O eso pensamos.
Quizá lo tenemos todo medido y pensado, y hemos sopesado una y otra vez nuestra manera de actuar y la de los demás, y anticipamos nuestras palabras y sus respuestas, y sus acciones y nuestras caras de sorpresa o de enfado.
Quizá lo que parece casualidad está pensado de antemano, lo hemos calculado.
Podemos ser tan fríos y sucios, forzar a los demás a un fin que ya hemos planeado y hacer creer a todos que ha sido un cúmulo de casualidades.
Me pregunto si yo también soy parte de ese juego, si soy víctima de algún plan que no conozco, si soy el verdugo que interviene en el destino de otros.
Pensaba que la vida era más sencilla.
Pero parece que no.
Debemos elegir.
Coger caminos.
Borrar fotografías y conversaciones.
Andar descalzos.
Romper contratos.
Mojar las cartas.
Abrir puertas y saltar por las ventanas.
Debemos poner en equilibrio cabeza y corazón dicen, como si fuera tan fácil.
De saber hacerlo no habríamos llegado hasta aquí, lo hubiésemos conseguido mucho antes, hace tiempo. Lo de tenerlo todo claro, seguir el destino marcado, conseguir las metas y los objetivos que anotamos hace años en una libreta de colegio.
Quizá debamos dejar de lamentarlos y mirar al futuro vaciando de piedras los bolsillos, soltando lastre, cogiendo aire mientras podamos, observando el cielo y el suelo, y el mar juntos siempre que podamos.
Quizá es que con tanto calor echo de menos la lluvia en tu pelo y el alcohol en tus labios.
Y, sobre todo, tus ojos cerrándose sin prisa, mientras me abrazas, cansada, y por unas horas dejas de tener miedo, rabia y remordimientos.