La vorágine y los recuerdos.

Algunos días me pregunto cuáles habrían sido mis últimas palabras para la gente con la que hablo habitualmente si, de repente, el mundo se esfumara (o se esfumaran ellos, o me esfumara yo).

Y me inquieta.

¿Cómo me recordarían?

Probablemente les habría dicho cualquier gilipollez sin importancia, un chiste malo, una reflexión sobre la actualidad política que se podría tirar a la basura, una queja sin fin sobre el trabajo, estudiar o lo injusto de la sociedad, un meme recién sacado del horno, un gif hipnótico, una foto haciendo el idiota.

Y me inquieta.

Probablemente nadie sabría que si hablo con ellos es porque me importan, porque un día recuerdas que hace tiempo que no sabes de la vida de alguien y te preocupa saber cómo le irá todo a pesar de la distancia, los malentendidos y los despropósitos.

Porque a veces la única forma de dar un abrazo o un beso es escribiéndolo.

Vamos dejando huellas, en la arena y en la nieve, y apenas somos conscientes de ello, de la importancia de nuestros actos, de nuestras palabras, de nuestros gestos, de cómo la memoria se encarga de guardarlo todo según le parece.  No nos damos cuenta de la importancia de nada hasta después de un tiempo, cuando reflexionamos y recapitulamos, y recordamos frases de manera nítida mientras otras han desaparecido en la vorágine del día a día.

Yo por si acaso, lo dejo por escrito para quedarme tranquilo, para asegurarme de que lo entiendes, porque no vale sólo susurrarlo en medio de la noche:

Te quiero (da igual cuando leas esto).

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