Mira que he intentado resucitar miles de veces y aquí sigo, sintiendo que estoy muerto la mayor parte del tiempo, buscando que un riff de guitarra me transporte a alguna parte mejor.
No sé muy bien cómo definir el vacío, la sensación de indiferencia que me genera el paso del tiempo y ver que no hay logros, ni más goles en mi marcador, que no hay más medallas en mi casillero.
Quizá todo sea culpa de una percepción errónea de la realidad, de tener sueños que nunca van a cumplirse, de llevar tanto tiempo esperando ser otra persona al mirarme al espejo que es difícil asumir que ya nada es como antes, que los miedos de siempre ya no deberían estar, que ya no tengo que hacer el papel de perdedor perpetuo.
Y, sin embargo, sigo con la sensación de ir tambaleándome como si la vida fuera un sábado de borrachera cualquiera.
Me despierto siempre con dolor de cabeza y sudor en la nuca.
Y no sé corregirme, darle al botón de reiniciar, para mirar el mundo de otra manera.
Intento que mi ánimo suba por las mañanas como suben las persianas, y no consigo nada. Siento que empieza a rodearme de nuevo la maleza, que me van a atrapar las raíces, que voy a quedarme siempre pegado a la silla mirando la forma de las nubes desde casa.
Pero lo intento todo, lo intento siempre.
Intento que mis páginas no se queden en blanco.
Intento buscar un poco de firmeza al cogerme de tu mano.
Intento borrar las dudas.
Intento no huir.
Y espero hacerlo siempre mejor.