Bona Esperanza.

Algunos días parezco Hugh Willoughby tratando de volver a casa, quedando atrapado en el hielo, con el Bona Esperanza y toda su tripulación a bordo.

Me invaden las ganas de dejar el frío atrás, olvidar el invierno, el estar solo en un continente rodeado de aguas gélidas; quizá todo es culpa del mes de marzo y que comienza a calentarse el aire y un poco también el corazón, quizá es que cuando nos quitamos los abrigos sonreímos con algo más de ganas y permitimos que nos abracen sin estar muertos de miedo.

O puede que sólo sea la alergia primaveral quitándonos de un estornudo la ropa.

Es tan extraño sentirse bien en medio del caos, sentir que tus piezas encajan mientras las del resto se descomponen.

Es casi ofensivo, hiriente.

¿Por qué siempre acabamos sintiéndonos culpables de nuestra propia felicidad?

Como si no debiéramos, como si no pudiéramos expresarlo en voz alta por miedo a hacer daño a otros.

Aceptamos muy torpemente las buenas noticias, parece que al final no estamos preparados para casi nada.

Ni para la muerte, ni para la vida.

Somos tan complicados.

Y reducirnos a una serie de adjetivos para definirnos es un craso error.

Por eso me quedo callado cuando te miro, porque si hablara podría estropearlo todo.

 

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