Se nos va la juventud perdiendo el tiempo, llenos de miedo, y dejamos cada día que los rayos de luz asomen por la ventana sin saber apreciarlo. No todos han tenido suerte de poder taparse esta noche, de que alguien se preocupe por ellos, de que alguien les haya preguntado qué tal ha ido el día, de recibir un abrazo.
Estoy harto de dar un paso hacia adelante y retroceder tres, de ir siempre aprendiendo a base de golpes indeseables.
Y me planto.
Voy a dejar de mirar hacia atrás, dejar de recordar, de llorar, de lamentar.
Voy a blandir la espada y tumbar a todos los gigantes y molinos que se crucen en mi camino.
Voy a dejar que todo arda, que se quemen todos los libros llenos de palabras absurdas, vacías, sin sentido.
Voy a escupir a los pies de quien lo merezca y dejar de morderme la lengua.
Nos toca hacer del mundo un lugar mejor desde las trincheras, sin controlar las emociones, buscando puertos que nos quieran acoger.
Va a tocar compartir cama, sudor y humedad entre los dedos.
Dejarse de gilipolleces.
Debemos golpear la ignorancia con un derechazo a la mandíbula.
Cuidar del bosque y los secretos.
Empaparnos con la lluvia.
Apreciar el jazmín, las violetas y una buena botella de vino.
Y olvidarnos de quien no se acuerda de nosotros.
Supongo, que sí, que todo eso significa madurar.