Nunca he visto tanta gente triste como ahora.
Tampoco tanta gente enfadada ni llena de rabia.
Crece el odio, la ansiedad, el llanto, los gritos.
Quizá es que la vida nos empuja de manera inexorable hacia un destino que no deseamos pero, sin embargo, no somos capaces de evitar (o no queremos, o no podemos); las variantes y las posibilidades son tantas como las diferencias entre los copos de nieve al microscopio.
Poco a poco vas percibiendo el desgaste en las ganas, en los huesos, en las palabras.
Poco a poco dejas que el mundo te aplaste, igual que aplastaste tú a aquel grupo de hormigas en el patio del colegio cuando tenías ocho años.
Y se esfuma todo.
Comienza la autodestrucción.
Y el engaño de que da igual esforzarse porque nada va a mejorar.
Caemos en la trampa, volvemos a cometer el mismo error que nos condujo al pozo sin luz en el que estamos metidos hasta la cintura.
Y sólo me salva ese pequeño desastre que armas a mi alrededor cuando te veo, el caos que desatas de un momento para otro.
Sólo sé que las hojas siguen temblando ahí fuera y tú no estás; pero queda esperanza, he visto a un viejo sonreír mirando al cielo.
Tocará seguir luchando contra viento y marea.
[y los idiotas, que es lo que más cuesta.]
Creo que somos muchos los que sentimos que es así. Gracias por poner palabras a ello.
Todos sentimos parecido aunque no sepamos expresarlo de la misma forma. Me alegra que te puedas identificar con lo que digo (supongo). Un saludo!
Tremendamente triste esa realidad que describes al principio. Eso sí me gusta mucho el giro esperanzador que das al final. «Cuando se cierra una puerta, se abre una ventana».
Un abrazo.
Me alegra que te guste. Siempre hay esperanza, sólo debemos saber dónde buscarla. Un abrazo.
Matar hormigas en Roma – pero mejor La mosca – nos recuerda que ella(s) y nosotros somos los mismos aunque, a veces, no lo creamos -de creer y de crear-:
“Te tendré que matar de nuevo.
Te maté tantas veces, en Casablanca, en Lima,
en Cristianía,
en Montparnasse, en una estancia del partido de Lobos,
en el burdel, en la cocina, sobre un peine,
en la oficina, en esta almohada
te tendré que matar de nuevo,
yo, con mi única vida.”
“Te tendré que matar de nuevo.
Te maté tantas veces, en Casablanca, en Lima,
en Cristianía,
en Montparnasse, en una estancia del partido de Lobos,
en el burdel, en la cocina, sobre un peine,
en la oficina, en esta almohada
te tendré que matar de nuevo,
yo, con mi única vida.”
No son hormigas sino moscas, aunque para las hormigas también tiene instrucciones. Ese de ocho años habita en nosotros, escondido o latente, agazapado o reprimido sigue ahí. Y su manera de mirar a las hormigas no ha cambiado, como la de mirar a veces a las arañas negras posadas con los dedos sobre el papel blanco. Las tuyas me han con-movido a responder para darte las gracias.
Gracias a ti, por tu respuesta, por tu lectura, y por recordarme este poema perdido de Cortázar. Un abrazo.