Hay personas que perdemos por el camino sin darnos cuenta, sin que nos importe demasiado, nos desprendemos de ellas como quien se desprende de una camiseta en verano. Otras, sin embargo, cuando se van nos dejan desnudos y muertos de frío.
Llega entonces una nueva glaciación.
La edad de hielo.
Y tenemos que afrontar los nuevos días de la mejor manera que podamos, algunos sonríen, otros se hacen pequeños. Yo tengo que acabar de destruirme por completo para ser capaz de salir de nuevo a la luz, volver a sentir los dedos y la punta de la nariz, poder mirarme al espejo sin darme una mezcla de asco y pena difícil de explicar.
Lo bueno de esto es que la naturaleza lo devuelve todo a su sitio. Tarde o temprano. Aunque antes haya pasado mucho tiempo mirando por la ventana durante las noches de insomnio, aunque nunca entienda nada, aunque siempre me queden preguntas por responder.
Y el tiempo te da la razón y también te la quita.
El problema es que no hay verdades absolutas ni versiones únicas. Todo es gris pero nos gusta posicionarnos en los extremos, los opuestos, para no llegar nunca a ceder y admitir que no siempre estamos en lo cierto, que también erramos. Y se puede rectificar.
Estoy acomodándome, nunca se sabe cuánto va a durar el frío ni cuándo dejarás de esquivar mi mirada.