“Voy a negociar la paz, con mi alterego.
No puedo seguir así, tengo que cambiar tanto.
Tengo que pedir perdón, luego ya veremos.”
Canción: Gran Hermano, Carmen Boza.
El sol aquella mañana pegaba con fuerza, era uno de esos días de agosto en los que la luz del interior de la provincia se pega a la piel como si fuera resina y va haciendo que el tono de tu piel sea más tostado al mismo tiempo que la endurece. Lo había visto mucho, mi abuelo tenía la piel del rostro y los brazos curtida de trabajar en el campo desde niño, y yo que sólo iba al pueblo durante algunas vacaciones y el verano sabía mucho de eso. Había dejado la ciudad cuando los pediatras le dieron el alta a Julia. Pasar el verano en el pueblo, sin preocuparme por el teléfono, sin preocuparme por aparentar. En los pueblos pequeños la gente respeta el dolor, aunque hable mucho, y quieran saber a todas horas cómo estás. No hay maldad, ni segundas intenciones, o al menos eso quería pensar.
Me detuve un rato, dejando las herramientas sobre el asfalto y vi aparecer a mi madre con la pequeña en brazos por la puerta del garaje.
―La comida está en la mesa.
Aquello era motivo suficiente para dejar lo que estuviera haciendo, lavarme las manos en la pila de fuera y sentarme a la mesa sin más compañía que la de la mujer que me había traído al mundo y mi hija de dos meses. Exactamente el mismo tiempo que llevaba sin trabajar. Había decidido pasar el verano lejos de bisturíes, informes de autopsia, la consulta de lesionados y los días de guardia.
―Tendríamos que ir a comprar. El fin de semana viene tu hermana con Eduardo y los niños, y el de la verdura no ha pasado por aquí.
―Podemos ir con el coche de papá si consigo arreglar la puerta.
Mi padre hacía años que no se sentaba a la mesa con nosotros, nos había dejado mucho antes de que yo conociera a Susana. Su imagen proyectando sangre contra la gravedad era difícil de olvidar. Unas varices esofágicas rotas por culpa de un alcoholismo feroz desde que había comenzado a trabajar tenían la culpa.
Me serví un poco de ensalada mientras veíamos las noticias. Un doble homicidio en Valencia habría el telediario y me quedé con el tenedor cargado sin ser capaz de llevármelo a la boca. Mi madre subió el volumen de la televisión mientras me miraba en silencio. Al parecer habían aparecido los cadáveres de una pareja de jóvenes muertos en un piso en la calle Puerto Rico. Aquello significaba trabajo para mis compañeros y además era extraño, según la información que daba el reportero a pie de juzgados ambos tenían menos de treinta años y habían sido encontrados en circunstancias similares. Después de mucho tiempo mi cabeza parecía querer arrancar el motor y comenzar a funcionar, pero me negué.
―Cambia. ―Me metí el tenedor en la boca y seguí comiendo como si no hubiera visto nada.
Después de terminar cogí a Julia en brazos y me la llevé a la habitación, me dedicaba la mayor parte del tiempo a intentar dormirla y a intentar dormirme. Apenas conseguía conciliar el sueño a pesar del tratamiento, ni los antidepresivos ni los ansiolíticos habían logrado su cometido conmigo pero cada vez que acudía a una visita con el psicólogo le mentía diciendo que todo iba lento pero a mejor. No sé a quién pretendía engañar con aquellas palabras, ninguno de los dos nos lo creíamos realmente, pero era mi manera de hacer las cosas.
Dejé a la pequeña en la cuna y me tumbé sobre la colcha, en el pueblo refrescaba por las noches y siempre acababa tapado y sin quitarme los calcetines, algo que se agradecía.
Aquel día dormí siesta mientras la noticia de los dos cadáveres se hacía eco en mi cabeza.