Brindamos con vino que ya ni es la sangre de nadie ni está bendito.
Bailamos al ritmo de algo más que cornetas y tambores.
Y las únicas cruces en las que creemos son en las que marcan las facturas que quedan por pagar en el calendario que cuelga de la cocina según avanza el mes.
Para lo único que me gusta ir a la Iglesia es para ver las vidrieras, los arcos y los retablos que adornan sus altares.
Para lo único que me sirve la religión es para aborrecer a los que la defienden sin limpiarse las gafas. No confío en los que van a misa los domingos pero tienen las manos llenas de sangre, en los que dan limosna para limpiar su conciencia, en los que levantan un paso en Viernes Santo y menosprecian a su mujer cada día al llegar a casa.
La religión da la oportunidad de perdonar sin arrepentimiento, de seguir pecando mientras vayas de vez en cuando al confesionario. Dicen que un señor multiplicó los panes y los peces, que resucitó a los tres días, que murió por nosotros sin que se lo hubiéramos pedido, que hizo que surgieran lenguas de fuego, que enfadó a los mercaderes en el templo.
Y a mí todo me sigue importando poco.
La historia explica que algunas cruces sólo han servido de excusa para causar dolor, perseguir ideas diferentes y obtener la redención.
Ahora todo ha cambiado.
Ahora somos santos modernos, que ven borroso el amanecer todos los sábados y se encierran en su habitación cuando una nube cruza el cielo y oculta las escasas sonrisas que somos capaces de acumular tras las ventanas.
La felicidad es tan efímera, a estas alturas de la vida, que se acaba cuando se vacía el vaso de cerveza fría y la música deja de sonar.
La única religión que me sirve es esa en la que comulgamos al mismo tiempo cogiéndonos de la mano, en la que separamos las aguas sólo con la lengua, en la que mentir para salir ganando no es una carta a los Corintios.
El único perdón que necesito es el tuyo antes de darte un beso.
La única palabra en la que confío es en la que tú dices cuando me miras a los ojos.
El único milagro en el que creo es en el de tenerte en mi cama.
Mi único pecado, el de no querer a nadie que no seas tú.