Hoy he soñado que caía al vacío y nunca acababa, tenía un nudo en el estómago constantemente que no me dejaba respirar ni gritar. Los ojos abiertos buscando un punto de anclaje que no encuentro.
Me he despertado con la sensación de recibir un golpe con maza en el pecho, mirando al techo en la oscuridad de una habitación que me asfixia, sin ser capaz de buscar un poco de oxígeno en el espacio.
Hay quien se acostumbra a los contratiempos pero no es mi caso. Cada cierto tiempo el puente de madera sobre el que camino se desvanece y tengo que correr hacia atrás para poder volver a empezar cuando se reconstruye.
Y el cuento nunca cambia.
Ahora estoy jugando a no ser, existir simplemente mientras dejo que me crezcan cristales en las tripas y van desgarrándome poco a poco. Sin ser capaz de plantar cara, sin tener recursos suficientes como para sacarlos uno a uno e intentar que no se infecten las heridas.
Abrir los ojos sin tener nombre, ni rostro.
Estar vacío de sentimientos y de ideas.
Dedicarme a deambular por la existencia sin ninguna meta final ni objetivo concreto.
Ser como una roca en la costa que sólo deja que la golpeen las olas del mar.
Un crucifijo de piedra perdido en la montaña.
Una espina que se enquista.
Una mota de polvo que se mece con el viento.
Una raíz muerta en medio de la senda.
El esqueleto de un nido en la rama de un árbol.
Estoy todavía acostumbrándome a la luz blanca y cegadora de este vacío en el que trato de ser nada.
Sigo cayendo en picado, como en el sueño, pero ahora tengo los ojos abiertos.
Podría ser peor, podría estar vivo.