Debemos dejar atrás esas épocas de sentirnos envoltorios vacíos, de pensar que sólo somos otro fraude, de imaginar que las personas están mejor sin nosotros.
Porque rara vez es cierto.
Todo esos pensamientos de inferioridad, de creernos menos, de sentirnos diminutos frente al resto están dentro de nuestra cabeza y la mayor parte del tiempo los demás no lo comparten. Digo la mayor parte del tiempo por no decir nunca.
Pero qué puedo hacer cuando me siento tan poca cosa, cuando no puedo dejar de compararme, cuando pienso que en realidad soy lo último que necesitas a tu lado. Qué hago cuando todavía no me quiero lo suficiente como para hablar de verdad y sin miedo de todo lo que estoy guardando para ti.
Tengo tan marcado a fuego que no merezco nada, que puedo conformarme con poco, que debe ser suficiente con lo que los demás quieran darme.
Llevo tan adentro la culpabilidad, el castigo, y esa sensación de que no puedo ser feliz, de que tengo que contentar siempre a los demás antes que a mí mismo.
Y ahora empieza a estar todo lleno de hojas secas por el suelo, de viento en las calles, de faldas al vuelo, de cabellos despeinados, de corazones temblando. Y todo parece un problema. Se hace antes de noche, nos sentimos más solos y no hay nadie para consolarnos. Ni palmadas en la espalda, ni palabras de ánimo, ni sonrisas que te tranquilicen durante más de veinticuatro horas seguidas.
Nos toca volver a preguntarnos dónde están aquellos primeros días del verano donde todo parecía ir bien, aunque fuera más una sensación que una realidad frente a nuestros ojos.
Nos toca volver a dejar que se enfríe el café mientras pasa el vendaval y volvemos poco a poco a nuestro sitio.
Quizá estamos así porque aún no te has dado cuenta de cuáles son mis verdaderas intenciones.
Quizá es que no crees que todo lo que digo que siento pueda ser real.
Quizá es que estás viéndolo todo con el prisma equivocado.
Quizá te quieres tan poco a ti misma como me quiero yo.
Quizá es que aún no entiendes que soy solución y no problema en tu vida.