Al menos, él hizo con su vida lo que quiso, sin importarle nada más. Tal vez fue un egoísta, un egocéntrico narcisista revolucionario que no pensó en los demás. Pero fue feliz mientras pudo. Antes de que la vida se escapara tras la niebla del McKinley.
Otros, como nosotros, como tú y como yo, nunca podremos apreciar la vida como él lo hizo. Sólo nos podremos quedar de pie ante las vías de un tren que nunca pasa, ante un muro de acero que no nos deja ver más allá, ante la comodidad de lo conocido.
Otros, como nosotros, como tú y como yo, siempre tendremos en la recámara una pregunta que nos matará poco a poco con el paso de los años, por ser incapaces de pronunciar algunas cosas en voz alta, por guardar palabras para no herirnos o para no tener que enfrentarnos al rechazo:
¿Qué habría pasado si nos hubiéramos atrevido a estar juntos?
Al menos, aparte de cierta estupidez, McCandless nos enseñó algo.
Supongo que en eso debería consistir la vida, en intentar conseguir todo aquello que quieres, en esforzarse, en luchar, en pelear con uñas y dientes por las causas justas. Ser consecuente.
Algunos necesitan dinero, otros amor, otros tan solo contemplar una puesta de sol, pero todos, a nuestra manera, intentamos ser felices.
Lo que no deberíamos aceptar en nuestra historia es el dolor, el daño, la indiferencia, el odio ni la rabia.
Lo que no deberíamos aceptar es el quedarnos con las dudas, quedarnos quietos por culpa del miedo, no dejar que se extiendan nuestras alas.
Lo que no debería aceptar es seguir sintiéndome un idiota por quererte.
Ojalá algún día sea capaz de anestesiarme y que todo, absolutamente todo, me de igual.
Sobre todo tú.