¿Qué hacemos con la rabia, con el dolor, con la impotencia?
Los transformamos. Los cambiamos hasta convertirlos en algo mejor, los dejamos atrás, avanzamos. Lo único que no se permite en esta vida es quedarse parado mirando cómo se pone el sol en el horizonte.
¿Qué hacemos con la tristeza, la melancolía, la nostalgia?
Las aprovechamos, nos servimos de ellas para reflexionar, nos tomamos nuestro tiempo, buscamos algo mejor. Lo único que no se permite en esta vida es regocijarse en el daño, en las lágrimas, en la angustia vital. Porque hay cosas que no sirven de nada, y lo que no sirve se deshecha. Y algunos se lo toman muy en serio hasta con las personas. No se puede ir por ahí produciendo heridas y dejando a los demás tirados en la cuneta. A las personas se les da la mano, hay que levantarlas, quitarles el polvo de los ojos y ayudarlas a caminar. A menos que no quieran, lo de empeñarse en salvar a otros cuando no están por la labor tampoco es la solución.
Lo de ir de héroes y heroínas se ha vuelto a poner de moda, lo de alzar el puño y gritar consignas por los demás, como si todos quisiéramos lo mismo. Y es que a veces no tomamos libertades que no tenemos, colgamos banderas, cantamos himnos y seguimos sin tener ni puta idea de nada.
Yo no quiero a nadie que lidere mi causa, que para algo sigo con la voz intacta y las ganas en el sitio.
Yo no necesito a nadie que me salve, que para algo soy capaz de nadar por mí mismo y buscar mi camino.
Pausa, cojamos aire.
¿Qué hacemos?
Primero nos tomamos una cerveza, nos besamos, y luego ya veremos que estoy harto de tantas cuestiones trascendentales.