Ha vuelto a llover mientras pensaba en ti, y yo ya no creo en las casualidades.
La vida ha demostrado que sabe perfectamente lo que hace cuando nos pone a alguien en el camino, aunque nosotros no alcancemos a comprender el por qué, aunque en ocasiones solamente nos hagamos daño.
Crecer, creer, perecer.
Tenemos tiempo para todo si sabemos aprovecharlo.
Has hecho que imagine atardeceres en los días más nublados, que sonría cuando arreciaba el aguacero, y también que llore cuando más debería sonreír.
Ahora estamos viendo cómo cae otra gota, la que se supone que colma el vaso. No sabemos hablar de tú a tú, y al parecer tampoco de cara a la pared.
Y me pregunto dónde está la alegría que se supone que debería tener guardada y sólo me queda mirar por el desagüe para obtener respuestas. Y es que al final el golpe ha sido peor de lo esperado, sin verlo venir, sin poder prepararme. Apartarme del camino con un simple empujón como a un desconocido cualquiera lo hace todo peor, y ojalá fuera capaz de crear algo de rencor aquí adentro, algo de odio, algo más que dolor y tristeza para rellenarme los huecos.
Voy a escuchar canciones tristes hasta que me sangren los oídos, a leer de nuevo «Esa visible oscuridad» de William Styron para entender que se puede salir del peor de los abismos, a encerrarme en la habitación con la puerta atrancada mientras veo como cae el día sin ser capaz de pensar en nada más.
Y todo esto me hace darme cuenta de lo sencillo que es reducir a una persona a cenizas, convertirnos en polvo sin necesidad de estar muertos aunque nos sintamos así, destruir a quien menos deberías.
Qué puta mierda.
Y la rabia.
Ya estoy vacío de ti otra vez, y es como retroceder en el tiempo, o quizá es que nunca he llegado a avanzar y no he querido verlo.