Dicen que la noche es para dormir pero nosotros nunca hacemos caso a los demás. Hace ya tiempo que decidimos llevar las cosas a nuestra manera, caminar a nuestro modo, recorrer lo senderos sin dejar que nadie nos guíe.
Preferimos entendernos mutuamente que intentar entender al resto.
Y donde más nos entendemos es entre las agónicas sombras de la madrugada, donde no hace falta que hablemos para saber dónde y cómo tenemos que acariciarnos, para saber en qué momento tenemos que besarnos o susurrarnos cualquier cosa que no sea un te quiero contra el cuello. Nos gusta chocar las caderas sin que suene la música, nos gusta notar el sabor del alcohol en el paladar, lamernos todas las heridas que aún tenemos sin cerrar.
Nos gusta repetir y alzar el vuelo entre las cuatro paredes de mi habitación.
Nos gusta dejar el miedo a un lado, llenarnos de silencio y vivir el momento; disfrutar el poco tiempo que tenemos entre este caos vital del que somos víctimas.
Quiero abrazarme a tus caderas y que me mezas con ellas hasta ser capaz de cerrar los ojos.
Quiero apoyarme en tu pecho y dejarme llevar.
Quiero reptar sobre las sábanas hasta encontrarme con tu ombligo y mezclar mi saliva contigo.
Somos sólo un par de almas en pena que se encontraron al final del túnel, que se chocaron cuando estaban llenos de tristeza y todo era barro en sus ojos.
Y ahora nos queda incendiar el mundo cada vez que nos tocamos, nos miramos a los ojos y damos otro trago a la copa de vino. Ahora nos cazamos en cada esquina, vivimos el desorden, nos cuidamos de manera clandestina.
Podría acostumbrarme a tu cuerpo sobre el mío, a escuchar cómo te escapas de las sábanas cuando sale el sol, a tus besos en la espalda mientras me estoy despertando.
De verdad que podría acostumbrarme a tu fuego.
[Está Marea sonando fuerte, resonando en mi cabeza, diciendo que duermas conmigo.]
Increíble, me encantó 🙂