Capitán cobarde.

Miras a lo lejos y parece que da igual la cantidad de sol que bañe los campos y las calles porque todo es gris en tu cabeza.

No tienes remedio.

A pesar de no querer, de prometértelo a ti mismo una y otra vez, has vuelto a caer en el error, has vuelto a pensar de más, has vuelto a poner los pies en el suelo y darte cuenta de lo que te rodea.

Silencio.

Soledad.

Y mil demonios estirando del hilo que parecía que empezaba a encargarse de curar tus heridas.

Has vuelto a darte cuenta de que no hay solución fácil, y que irte de donde no quieres va a hacer más daño del que imaginabas al principio.

El principio, el momento en el que creemos que todo es posible y que seremos capaces de cualquier cosa.

El principio, eso que ya parece tan lejano y que te has encargado de borrar por completo.

Y desde el puerto siguen zarpando barcos que van a intentarlo contra el mal tiempo, que van a lanzarse a pesar de que el temporal les pueda destrozar los cascos. Y es que la valentía tiene parte de eso, de lanzarse al agua sin saber si saldrás vivo, de apostarlo todo sabiendo que puedes perder, de dar un beso sin saber si el amor durará para siempre.

Supongo que eso me pasó contigo, que cerré los ojos y fui a por todas, y he vuelto a casa con las manos vacías. Ahora tendré que esperar a ese otro clavo que te saque de mí, que me borre la mente, que me barra las cenizas que has dejado a tu paso.

Es curioso porque esta vez no voy a ser yo el cobarde, no voy a ser yo el que se quede con las preguntas destrozándole los sueños.

Y al menos, aunque te eche de menos podré dormir tranquilo sabiendo que puse mis manos para todas las caricias y las intenciones para trazar los mapas que iban a ser para los dos.

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