Siempre tenemos ganas de pelea, de enredarnos más de lo que es conveniente, de dejar que lleguen los tiempos difíciles y plantar cara aunque parezcamos dos brotes tiernos de hierba, un par de cachorros indefensos.
Nos arriesgamos a mandar cartas sin escribir nuestros nombres para que nadie nos descubra, a ver eclipses entre las nubes, a acelerar por caminos escarpados.
El tiempo ha vuelto a engañarme, se ha hecho eterno de nuevo al marcharte y no soporto este vaivén de mecedora. No aguanto que me salves unos segundos y me castigues el resto del tiempo.
Este edificio de cristal se viene abajo, con todos sus ventanales.
Me dijeron que no tuviera prisa, que con el amor pasa como con las cosas de palacio. Me dijeron que no tuviera miedo, y tengo que ir luchando día a día para intentarlo.
Ya no sé lo que es dormir sin que me duela la cabeza y el pecho.
Ya no sé lo que es deambular por la selva cotidiana sin arrastrar noches de insomnio por tu culpa.
No te has percatado todavía de lo que has hecho conmigo, y no te culpo. Aunque creemos que nos preocupamos por alguien al final siempre nos ponemos los primeros, forma parte de nuestra naturaleza. Es el instinto de supervivencia.
Tendemos a ser inmóviles, a que no nos cambien las cosas de sitio. Intentamos mantener un orden y que no nos molesten demasiado. Lo nuevo nos da pánico, acabar una etapa y empezar otra; dejar atrás familia, amigos, relaciones. Es porque todavía no hemos entendido que la vida es un ciclo que está lleno de cambios, y que debemos adaptarnos como hacen las especies: a la luz, al sol, el frío o el calor. A hablar otros idiomas, a dejar de acariciarnos cada día, a morir de ganas sin tenernos, a correr cien metros y saltar las vallas.
Y yo que en el fondo tampoco lo entiendo sigo intentando coger el aire que nos quieres darme, trato de robar los besos que quieres guardarte; por eso sigo destrozándome los nudillos contra cada pared que me recuerda a ti y contra cada vagón de tren pintado que me hace pensar en mi banal existencia.
Pero no aprendo.
Soy el inútil del perro de Pavlov que siempre acaba salivando al verte.
Seguiría nadando río arriba si fuera a encontrarte, descifraría enigmas del pasado para cogerte la mano, te buscaría en las letras de la Divina Comedia si así lograra volver a engañarte y meterte en mi cama.
Qué jodido el amor y la vida, y qué tonto el corazón, que nunca aprende y no quiere hacerlo.
Qué jodido un nosotros sin futuro.
«Querido amigos, el club de los corazones idiotas abre sus puertas.
Sed bienvenidos.»
[Que sí, que si lo lees. Es por ti.]