Blanca Navidad.

Feliz Navidad dicen y yo no lo siento así. La felicidad la tengo arrinconada, quizá a la espera de poder salir y ver el sol.

La falsedad se nos ha metido entre los dientes y da igual la de veces que nos cepillemos al día porque nunca se va. Llenamos un par de semanas con buenos deseos para la gente y creemos que nos hemos salvado cuando el resto del año sólo echamos pestes de las personas que nos rodean. La Navidad es igual que ir a misa los domingos, no sirve de nada si eres un hijo de puta.

Con lo fácil que es cuidar de los demás, abrir los brazos, cerrar los ojos, dormir hasta las diez y besarnos en el cuello.

Con lo sencillo que podría ser todo si dejáramos de juzgar, si olvidáramos la envidia, si destruyéramos los celos, si no existiera este invierno eterno entre nosotros.

Con lo bonito que sería no tener miedo, llenar el vacío, dejar de ser cobardes y brindar con cerveza en lugar de champagne.

Con lo honesto que sería atrevernos a vivir de verdad.

Y todo iría mejor si dejáramos atrás las disputas y nos quisiéramos más, si habláramos más de nosotros y menos del resto, si en lugar de burlarnos de los errores ayudáramos a corregirlos.

Se me está cayendo el mundo encima ya y no sé cómo esquivar tanta mierda, no sé cómo recoger los escombros y empezar de cero. Será porque no se puede, porque uno cosecha lo que siembra y yo nunca he entendido de ciclos y estaciones. Será porque todo debe empezar a darme igual, que todo es cosa de sangrar hasta vaciarme por completo.

No tengo fuerzas ni ganas de pensar. Ni quiero escuchar más excusas que no sirven para nada.

Si tiene que llegar ya el final prefiero no verlo.

Oh, otra vez, Blanca Navidad.

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