Llueve y amanece, mi vida.
Y me parece triste y hermoso a partes iguales.
Como lo somos tú y yo.
La lluvia cayendo sobre las aceras, y los rayos de tinte rojizo proyectándose entre los edificios. Siempre me gusta contemplar la lluvia desde la ventana, desde el refugio que me dan cuatro paredes y tus latidos de fondo.
Pero nunca pasa.
Porque no estás.
Hace un día de esos que cumplen la definición perfecta de otoño y no sé si hay que sonreír u ocultar los sentimientos. Hace un día de esos de caos en el tráfico, de charcos junto a los semáforos, de lágrimas en tus ojos.
El aire, a pesar de todo, sigue inundando nuestros pulmones, las dudas nos golpean cada vez más fuerte y tus besos ya tocan hueso.
Hay tantas historias como gotas de agua ahí afuera, hay tantas mentiras como iris y sonrisas, hay tantas estrellas que no vemos en la oscuridad y sin embargo siguen brillando.
No hay truenos ni relámpagos que nos obliguen a dar marcha atrás, y no existe el miedo a que se vaya la luz si estás conmigo.
Te recuerdo que nos hemos empapado bajo la tormenta y también bajo las sábanas, que nos hemos besado con lluvia, con y sin alcohol de por medio, que nos hemos dicho medias verdades desnudos en plena oscuridad, que tú también lo has visto, tocado y escuchado, que no son invenciones mías.
Te recuerdo que no debería existir el dolor si no va a haber abrazos después, que no se trata de ganar pero todo es perder sin ti, y que esto, la existencia misma, no es cosa de llegar el primero a la meta, si no de llegar con quien quieres.
Llueve y atardece, mi vida.
Y me parece triste y hermoso a partes iguales.
Como lo somos tú y yo.
Ven.