Nos queda poca piel sin intoxicar.
Nos quedan pocas razones para respirar.
Nos queda poca vida sin dolor.
Se nos ha ido la juventud en un suspiro, y los sábados por la noche, y las canciones que gritar a pleno pulmón.
Se nos ha ido hasta el primer amor y ¿ahora qué?
Nos vamos a preguntar eternamente cuál es el siguiente paso, qué va a pasar. Y es gracioso, es incluso ridículo porque nunca tenemos las respuestas y aún así no aprendemos. Esperamos tanto de los demás, de nosotros mismos. Planeamos el mañana como si dependiera de nosotros única y exclusivamente, y siempre acabamos olvidando que sólo somos una vértebra de toda esta columna vertebral que es la sociedad.
Y estamos en medio del camino sin nadie a quien coger de la mano. Sin nadie que nos diga que podemos conseguirlo, que sobrevivir no es tan difícil.
Todo se reduce a tener ganas de tener ganas, a ponerle empeño, a no dejar de intentarlo.
No voy a darme por vencido, no voy a rendirme tan rápido. Lo he hecho muchas veces y siempre acabo saliendo a la superficie a coger aire. Porque en el fondo quiero seguir, aunque me lo niegue en un primer momento. Quiero aguantar, quiero poder mirarme al espejo y reconocerme en unos ojos que dejen de estar tristes.
Somos esa mezcla de individuo y conjunto, esa nada y ese todo.
Somos temor y esperanza, hierro y sangre, lobos y humo.
Somos el blanco de nuestra propia diana.
Somos dioses de barro de domingo por la tarde, efigies que olvidar.
Soy otro corazón roto.
Vamos a borrar el arrepentimiento, el miedo y el pánico a quedarnos estancados.
Vamos a destruir las pruebas, a no dejar rastro, a ser invisibles de la mano.
Te pediría que te quedes, pero lo tengo muy claro:
Cuando hay que pedirle a alguien que se quede, lo mejor es que se vaya.
Por favor.
‘Todo se reduce a tener ganas de tener ganas’ y como cuesta la verdad. Me encantó!