Lo queremos todo sin dar nada a cambio.
Queremos atención, un abrazo cada día, besos de buenas noches, sonrisas al doblar la esquina y una cuenta llena de ceros.
Queremos todo sin apenas saber dar las gracias.
Estamos tan equivocados, somos tan egoístas, vivimos tan metidos en nuestro ombligo que cuando salimos al mundo nos damos cuenta de que hay cosas mucho más importantes, cosas que están por encima de nosotros.
Y no hablo de Dios, ni la religión. Claro que no.
Hablo de personas.
Hablo de sentimientos de verdad.
Hay gente mojándose hasta los huesos cerca de San Ginés pidiendo limosna, y un padre gritándole a un niño en la puerta del Mercado de San Miguel. Hay sentimientos de culpa que nos metieron en las células nada mas nacer y aún queremos creer en la esperanza.
La culpa, la tristeza, el amor y la alegría. Lo intangible me parece cada vez más posible.
Y yo, es que, por ti lo daría todo, hasta la poca alma que me queda, hasta mis letras hechas borrones en una hoja de cuaderno viejo, hasta el último café de la despensa.
No me gusta hacer promesas pero podría prometerte conquistar Tierra de Fuego, escalar el Himalaya, sobrevivir a Oceanía.
En el día a día todo acaba siendo cuestión de apostar a ganar, jugar todas tus cartas y hacerlo bien. Confiar, por una puta vez en que todo va a irnos bien, que va a ser fácil, que va a ser difícil, que va a ser imposible pero no tanto.
Podría ganar esta partida si el premio eres tú.
Lo arriesgaría todo si la recompensa eres tú.
Me haría cazatesoros si tengo que encontrarte a ti.
Nos atrevemos tan poco, nos guardamos tanto.
Nos queremos tanto, nos lo decimos tan poco.
Estoy dispuesto a abrir las alas, los brazos, y guardarte dentro para siempre, mantenerte a salvo, protegerte de la arena del desierto, del sol y del hielo en las pestañas.
Estoy dispuesto a ser paracaídas y saco de boxeo, canción de cuna, poema incompleto, sexo disperso y verdad.
Por ti podría ser real.