Está la vida tan gris que sólo puedo pensar en ti. Y miro el cielo porque no tengo tus ojos. Vivo tropezando con todas las piedras que hay en el camino, con nombre y apellidos, y parece que a pesar de todo no aprendo, que soy poco hábil para darme cuenta de que tengo que cambiar, que lo de ser un soñador está bien para los protagonistas de una novela de aventuras pero no para la vida real. Que le queda muy bien a Ryan Gosling, Tom Hardy o Henry Cavill, pero no a mí.
Yo creo que esta estampa silenciosa siempre trata de avisarme, de pararme los pies, de evitar que me acerque al peligro de unos besos que ya tienen dueño. Yo creo que las mentiras tratan de hacerme ver las verdades desde otro ángulo, de darme puñetazos en el estómago para que pare de hacer el idiota y siga emborrachándome.
Yo creo que sólo sigo siendo un estúpido que espera que la luna le de las respuestas que no tiene y que mira el mar como Hemingway lo hacía.
Yo que me imaginaba susurrándote al oído buenos días antes de darte un beso, llevándote chocolate al sofá mientras lees cualquier libro, abrazándote las noches en las que el frío te cale los huesos, bebiendo tus lágrimas de tristeza y de alegría, cogiéndote de la mano entre el desconcierto. Yo que, incluso, he llegado a imaginar que sonreía de verdad, sin miedo, y no me parecía tan malo.
He roto todas las botellas que tenían mensaje dentro y tengo las entrañas llenas de matices que no sé explicar con palabras. Me he llenado el cuerpo de costuras, de golpes, de esperanzas que se quedan en suspiros, de flores muertas.
Pero ahora creo que la vida se desvanece como lo hace todo un viernes por la tarde.
Y que soy un completo sin sentido.
Esto de fustigarse, de lamentarse, de usar el látigo contra uno mismo y hacerse isla me acabará matando. Me he llenado las costillas de acantilados, el cerebro de trampas, el corazón de desconfianza y las manos de desamor.
Al final de todo este paisaje inerte me volveré loco y estaré libre de pecado.
Estaré libre de pecado porque os habré avisado.