Se me rompen las calles al andar, casi igual que mis nudillos al golpear la pared. No tengo las respuestas que espero y quiero, y el gato me mira con burla cuando llego a casa cada día después de trabajar.
Estar a la defensiva es agotador, casi tanto como lo es acercarse a ella e intentar tocar su alma. Supongo que no vamos al mismo compás, que yo prefiero perderme en un vaso lleno y ella en unas manos vacías. Supongo que soy demasiado abstracto, misterioso y complicado como para que se atreva a dar un paso en mi dirección y dedicarme una sonrisa con esos labios que me persiguen en sueños.
A veces descubro sus ojos clavados en mí, y en sus mejillas una ligera quemazón. Sería bonito si todo fuera diferente, si yo pudiera amarla y no me viera obligado a olvidarla junto a mis viejas fotografías de viajes por Europa. Sería bonito si ella dejara de idealizarme y me viera realmente como soy, un hombre frágil que se va deshaciendo con el paso del tiempo y las decepciones. Podría ser bonito si los dos nos atreviéramos a decir la verdad pero supongo que Nostradamus vaticinó algo que nos impedirá despegar los labios antes del próximo paso del Halley por el mundo.
Sigo vistiendo cota de malla y armadura. No me acabo de fiar, sé que en cualquier momento voy a volver a caer del caballo y golpearme contra el suelo, y esta vez la caída será peor que cualquier flecha que me hayan clavado antes en el corazón.
Ojalá derribara las murallas y pudiera sentarme junto a ella en el autobús que la lleva de vuelta a casa. Ojalá cogerla de la mano el día de mañana. Ojalá mirarla a los ojos y que no se desvaneciera de mi lado después de las doce.
Sólo quiero escribir de ella por el resto de mis días, como hicieron Bécquer, Nabokov, Bukowski, Iribarren, Ruben Darío, Paul Auster y tantos otros.
Sólo quiero enterrar las armas, firmar todos los tratados de paz, abrir las fronteras, y hablar con ella el lenguaje universal. El de la piel contra la piel, el de la música saliendo de una partitura, el de las lenguas que se rozan y acaban por explotar. Saltar por los aires, mirar el mundo desde cualquier pueblo perdido donde se olviden nuestros nombres, beber café que nunca se quede frío, compartir los capítulos de un libro.
Atragantarme con su amor.
Me dicen que piense en el futuro.
El futuro, roto como un cristal después de un te quiero antes de tiempo.
Y es que veo los días venideros tan negros que no puedo estar tranquilo, y ahora entiendo a todos esos niños que tienen miedo de la oscuridad y no pueden dormir.