Golpe maestro.

Daphne bebe otro trago de café, puede que sólo quiera ganar tiempo, o pensar bien cómo decir las cosas. Seguramente sea lo último, intenta encajar las palabras como un buen rompecabezas para que todo parezca perfecto, para que Williams tenga que creer lo que ella diga a pies juntillas. Él deja el café con whisky, ahora mismo no le interesa beber, sólo sigue la curva de los labios de la mujer que tiene ante él. A Harvey lo que realmente le importa es conocer el por qué ella ha desaparecido durante tantos años, el por qué ella fingió su propia muerte a sabiendas de que lo destrozaría por completo.

 

Sin Daphne la vida dejó de tener sentido para él durante meses. Harvey Williams se transformó por completo, pasó de ser un joven de sonrisa ladeada a ser alguien oscuro, gris, que vivía trabajando en casos cada vez más arriesgados con tal de sentirse vivo. Todo son cosas que ella no tiene que saber y que él está seguro que no le contará nunca, ni siquiera en un futuro improbable en el que se vean cada día. Sus heridas saben a whisky, a jazz de los barrios bajos y a pólvora malgastada.

 

― Si querías librarte de mí no tenías que haberte esforzado tanto. ―Él hubiera entendido un simple adiós, una despedida normal y corriente, y no una muerte que le cambió la vida.

 

― Harvey, te equivocas, es algo mucho más complejo. ―Ella alza sus ojos y lo taladra durante unos segundos, él siente el hielo apoderarse de su pecho. Nunca está preparado para enfrentarse a Daphne, nunca lo estuvo y duda de poder estarlo en el futuro. ― Era mejor desaparecer. Era mejor que nadie volviera a preocuparse por mí. Y Londres, después de todo no está tan mal para una chica como yo.

 

Ese una chica como yo le chirría al detective en los oídos y le quema en el centro del pecho. No le gusta. Así que, finalmente Londres había sido su destino. La capital británica, la gran ciudad al otro lado del océano Atlántico con la que compartían un idioma que los ingleses les habían dejado prestado. Daphne pervirtió su vida por dinero, aquello que se prometió no hacer acabó siendo su rutina y ahora se había visto obligada a huir de ella, de una realidad que estaba a punto de arruinarla. Su ropa no cuenta su realidad, ni su peinado, ni ese carmín oscuro que realza el color natural de sus labios.

 

―Me fui para salvarte. ―dice ella finalmente, y él suelta el vaso sobre la mesa.

―Ahora sí. Cuéntame la verdad.

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