La lluvia cae, lleva horas golpeando la ciudad sin pensar en los ciudadanos, sin pensar en que habrá atascos y en que el metro irá hasta los topes. La lluvia cae igual que hace miles de años, impasible, cae del mismo modo en Berlín o en Tokyo. Y eso puede que sea uno de esos motivos por los que que nos fascina tanto. Nos esmeramos en subir fotos a Instagram, en tuitear a lo loco cualquier novedad metereológica como si realmente no fuera lo mismo de siempre. Josh fuma un cigarro apoyado en el alféizar de la ventana, a veces, alguna que otra gota le moja los brazos que lleva al descubierto pero le da igual. Lleva horas sin dormir, más de veinticuatro, así que ahora mismo es como si viviera en una realidad paralela y el sonido de las gotas cayendo y chocando contra los coches de la calle le hace sentirse relajado. Le gusta la sensación de sentirse etéreo, de ser y no ser nadie al mismo tiempo, pero así es él. Siempre lo es, y se gira un momento para ver a su mujer dormida en la cama, sin inmutarse, sin percatarse de que su insomnio habitual hoy es algo más. Como si fuera algo premonitorio un relámpago surca el cielo y Josh sonríe, quizá el cielo oscuro entienda más su propia alma que él mismo. Da la última calada a su cigarrillo y lo empuja entre el índice y el pulgar para que se pierda muchos metros más abajo. Consigue sacar un bostezo y cierra la ventana, ahora las gotas suenan amortiguadas, pero lo importante es que la tormenta no para. La lluvia cae, sigue cayendo. Consigue crujir sus dedos antes de sentarse frente al escritorio y llenar los pulmones de aire, consigue poner un folio en la máquina de escribir y comenzar a teclear, como antes, sin un ordenador que le distraiga de la historia que quiere dejar allí plasmada para la posteridad. Un poco de fama que le haga sentir que vino al mundo para algo, aunque fuera para que su mujer pudiera leer lo que él escribía cada noche. No tiene pretensiones de hacerse rico, ni de que sus escritos lleguen algún día a estar en la librería de su barrio. Sólo escribe porque le hace un poco más feliz, porque siente que escondido tras las letras puede vivir todas las historias que su cabeza sea capaz de inventar. Con los ojos enrojecidos por la falta de sueño y las manos frías consigue escribir las primeras líneas:
La lluvia cae, como sus dedos caen sobre las letras, mira la cama pero está vacía. Se detiene por un instante, no hay gotas, no hay tormenta, y sus manos ya no están. Ni máquina de escribir, ni folio en blanco, ni relámpagos surcando el cielo y tejiendo telarañas de luz blanca. Tampoco tiene insomnio, ni lo tendrá. Era todo mentira, Josh, te acababan de inventar, y durante veintiuna líneas has creído que eras real.