El mundo está patas a arriba, y tú y yo seguimos del revés.
Hacía mucho tiempo que no me sentía pendiendo de un hilo, que no estaba al borde del colapso. Me cuesta respirar por las mañanas y emprender la rutina, me cuesta dar el siguiente paso y decirte la verdad sin esquivar tu mirada.
Estoy exhausto, creo que ya me he llevado al límite demasiadas veces en los últimos meses y estoy a una frase de despedirme para siempre con la esperanza de no tener que arrepentirme. Sufrir puede estar bien durante un tiempo, pero cuando se cronifica acaba contigo, con tus esperanzas y todos tus planes.
Puedo decirte ya que has sido mi estrategia favorita, mi emoción más inesperada, y que me has obligado a luchar contra mi piel.
Por eso supongo que te daré las gracias cuando tú ya no te acuerdes de mí.
Tanto exceso sentimental me va a pasar factura, y el otoño va a ser lluvioso y cruel para mí. Todavía más de lo que lo fue el último Octubre.
Pero no te preocupes, la culpa es mía desde el inicio, y no hay problema. He estado antes al filo del abismo, he estado antes en el pozo. En realidad, a veces, pienso que nunca salí vivo de aquel último precipicio por el que salté, que no sobreviví a las rocas ásperas ni al fuerte oleaje.
La aventura me seguirá esperando ahí fuera aunque tú no vayas a verlo, aunque me toque disfrutar de los atardeceres en solitario y tomar cerveza con desconocidos en cualquier bar.
La vida son dos días y ya hemos consumido uno entero, y como dice un buen amigo:
«No quiero mirar atrás y lamentarme por no haber intentado hacer algo que quería.»
Lo intentaré una vez más, y lo prometo por escrito, será la última.
Voy a ponértelo fácil porque a mí siempre se me dieron mal las matemáticas.
Te planteo un problema.
Resuelve la ecuación.
Yo lo quise todo, y tú no.