Freud no sabría qué decir.

Tratas de esconder lo que todo el mundo puede ver.

Me di cuenta el primer día que entraste por la puerta, cuando todavía te hacías la despistada y mirabas hacia otro lado. Y yo, yo tan sólo podía disimular y sonreír, como si fueras otra chica más.

No entiendo todavía cómo llegaron a coincidir nuestros labios en el mismo espacio y tiempo, ni tampoco cómo nuestras alas emprendieron vuelo entre tantas nubes viejas. No entiendo cómo soportaba la soledad antes de compartir las noches contigo y preparar tu desayuno.

No entiendo tanto agujero de gusano, tanta magia y efectos especiales, tanta pequeña gran revolución.

Compartimos sábanas, sudor y lágrimas. Compartimos besos entre lluvias torrenciales, el asiento trasero del coche, el banco de aquel parque un viernes, los fuegos artificiales de un 19 de Marzo mientras te agarrabas a mi brazo.

Fue raro y supongo que por eso nos gustó.

Dos incomprendidos en un mundo de cuerdos inertes.

Dos locos jugando con las balas del destino, saltando por los pasos de peatones sin mirar a los semáforos.

Dos niños con la sonrisa por estrenar cuando nos cogíamos de la mano.

Y a veces me pregunto dónde van todas estas ganas de sentirnos vivos cuando cerramos los ojos, y dejamos de ser y de existir.

Te confieso que soy un perro callejero, y que nunca he logrado fiarme de nadie de verdad. Te confieso que contigo me quité las barreras, las lentillas y las camisas abotonadas hasta el final. Te confieso que tú hiciste que cayera la armadura, la fachada y las mentiras. Y todo eso sin ni siquiera haber hablado conmigo.

Lograste que durmiera las noches enteras y que me despertara con tus besos por el cuello. Conseguiste que viera una película de David Lynch sin querer levantarme del sofá. Me empujaste a lavarme los dientes antes de las doce y a beber cerveza fría los viernes por la tarde.

He visto a gente que habla del amor sin que le brillen los ojos y me parece tan triste. Me parece tan triste que pensar en alguien no te pinte una sonrisa, que haga te pesen las costillas y te ponga gris el corazón.

Y es que es pronto para que las cadenas nos lastren tanto, para que nos hayan roto las promesas. Es pronto para no disfrutar de las veinticuatro horas que tiene el día.

Yo por si acaso, voy a escribirte otra carta, voy a llenarte el buzón de postales, voy a leerte poesía de autores cuyo nombre no sé pronunciar, voy a ser un sonámbulo colándome en tu ventana, voy a susurrarte canciones, voy a pintar lienzos en tu cuerpo con las manos.

Somos carne de psicoanálisis, pero Freud no sabría qué decir de ti y de mí.

2 comentarios en “Freud no sabría qué decir.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s