Gladiadores.

La arena te llena los ojos y te obliga a cerrarlos, a ir a ciegas, a caminar con las manos por delante para saber qué te encuentras, pero sin tener claro a qué te tienes que enfrentar. Oyes el rugido de los leones desde el centro del Coliseo y tus pies se tambalean porque el público jalea y grita, y sigue pidiendo sangre.

La gente ya no se sacia con nada, y siempre queremos más: más amor, más comida, más sexo, más verdad, todo más rápido y mejor.

Ya no tenemos suficiente ni con dormir tranquilos por las noches.

En la época del espectáculo y la ruina es demasiado difícil parar, desmontar la maquinaria, hacer que los demás empiecen a pensar. Tenemos café instantáneo y comida rápida, y besos tan sólo por pagar. Para qué esforzarse, para qué tratar de ser mejores si apretando un botón tenemos dinero en bolsa, leemos las noticias y decimos un te quiero que no sabe a nada.

Ya no sabemos escapar de los errores, de las mentiras y de todas nuestra equivocaciones. Ya no tenemos claro el rumbo, la dirección, ni el sentido. Ya no nos ayudan los mapas, ni las indicaciones de los lugareños, ni el instinto animal.

Estamos solos, abandonados con nuestras conciencias llenas de rasguños, y tenemos que decidir, y actuar en consecuencia. La sensatez se está perdiendo, o se perdió ya hace algún tiempo. La honestidad también parece ser un valor de antaño, de los de blanco y negro, con fotogramas de Casablanca, páginas de Huxley y olor a Mar Muerto.

Pero aún quedamos unos pocos gladiadores, dispuestos a hacer la revolución desde las camas a las calles, desde las lenguas a las manos, empezando por los ojos y directos al corazón. Donde la magia se concibe y se destruye, y se empieza a creer de nuevo.

Aún quedamos unos cuantos dispuestos a luchar en medio de tanto pan y tanto circo.

Ven conmigo, vamos a llegar al límite, vamos a morder el miedo y vencer al frío. A ganar sobre la arena sin derramar más sangre, a llenar la casa de sonrisas y menos lágrimas, a romper las rocas y hacer camino.

Vamos a dejar las cosas claras y a dejar de agonizar.

Somos ganadores sólo por plantar cara y pelear.

Nunca voy a dejar de luchar. Ni tú, ni tú tampoco.

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