El fantasma de la Ópera.

Miras al espejo y no te reconoces.

Nunca.

Nunca lo has hecho, ni en el espejo, ni en el reflejo de las ventanas del metro, ni en sus ojos.

Como mucho, a veces, te reconoces en el último trago de cualquier vaso.

Y sientes que eres alguien en un cuerpo que no es el tuyo, en un envoltorio falso al que detestas.

Desde el centro de control siempre intentan pararte los pies, poner las cosas en su sitio, tratar de que actúes como se supone que debe hacerlo alguien normal.

La normalidad, esta utopía clásica. Esa mentira ideológica.

Todos mis síntomas y signos me llevan al diagnóstico final, al odio hacia mí mismo, a esta manera de darme patadas cuando aún estoy en el suelo para impedir que me levante.

Sé de sobra que soy mi propia piedra, el villano de mi historia, el verdugo al que no le tiembla la mano para tirarse abajo. Es tan asfixiante, tan extenuante, pero forma ya parte de mi existencia, y probablemente si no me ahogara así lo haría de cualquier otra manera. Tengo una facilidad pasmosa para tirarme al vacío y no salir de la espiral, soy capaz de saltar sin mirar lo que hay abajo y no tener fuerzas para volver a subir a ver el sol.

El único consuelo que me queda es saber que los días pasan, que la vida se va acabando aunque no queramos, porque desde que nacemos el mundo y el reloj están en nuestra contra.

Es muy triste pasar por la vida de puntillas, siempre con una máscara, mirando hacia otro lado, con una sonrisa perenne que oculta toda la verdad. Estoy anestesiado desde hace tanto tiempo, para no sentir, para no doler, para protegerme de todos los ataques. Estoy intoxicado de mis ideas, de mis sentimientos, de tanto aire sin oxígeno.

Y sigo igual de vulnerable que el primer día, y voy rompiéndome al respirar.

Aquí dentro siempre hay peligro de derrumbe, porque nunca sé qué puerta debo abrir, ni a dónde debo sujetarme.

Después de tanto tiempo me he dado cuenta de que no tengo solución, de que sigo con miedo, y de que lo de ser feliz debe ser para los demás.

Voy a volver a las catacumbas de la Ópera Garnier, a ser el fantasma, a hacer música donde nadie pueda verme.

 

 

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