Barbarie en las calles, el sol quemándonos la piel sin que haya sombra en la que protegernos, y me he dado cuenta de que necesito ciertas cosas más que respirar, y que voy a seguir quemándome con todo este juego.
Gasolina en los sentidos, y una cerilla cayendo al suelo delante de nuestros ojos.
Necesito agua y tormentas de verano para controlar todo este incendio. Tormentas de las que te llenan el olfato de tierra húmeda gritando alivio, tormentas de las que dejan el cielo limpio de cualquier derrota.
No sé por qué siempre corro arrastrando las cadenas, quedándome el último, viendo cómo los demás han llegado a la línea de meta sin que yo haya sido capaz de avanzar ni un metro.
Rebeldes, bordeando el límite como quien bordea un precipicio riéndose de las alturas, sin medir las consecuencias.
Inconscientes.
Tanto tiempo burlándonos de nosotros mismos, escondiendo las verdades. Tanto tiempo que sólo puede ir en nuestra contra.
El Conejo Blanco ya nos dice que llega demasiado tarde, porque hay cosas para las que siempre es tarde. Pero vamos a seguirle hasta la madriguera, vamos a beber el veneno, que nos corte la cabeza la Reina de Corazones si hace falta.
Créeme que sé lo que es no sentir hogar en ningún abrazo, créeme que sé lo que es sentirse pequeño y querer desaparecer a cada momento. A estas alturas del viaje llevo tanta soledad metida en el pecho que ya somos uno, inseparables.
Ahora todo son buitres en mi cabeza, esperando a que me convierta en carroña, esperando la muerte lenta que me señala las horas. Todo es incertidumbre, inquietud y dudas, un escenario a oscuras por el que tengo que caminar sin saber muy bien cómo.
Quizá acabe igual que Jim Stark en Rebelde sin Causa.
Quizá acabe como Theodore Twombly en Her.
Quizá es que estoy mirando el mapa y sólo veo un camino.
Sócrates, de verdad que no sé nada, ahora mismo sólo tengo claro que si algo puede salir mal saldrá mal.
Lo dice la primera ley de Murphy.