El lobo solitario.

El sol va a volver a esconderse por el mismo sitio que siempre y yo sigo aquí plantado.

Cada vez más solo. Cada vez más triste.

El mundo no deja de darme asco y quiero escupirle todo el rato. Nos retroalimentamos de miserias y mentiras. Somos escarcha en el capó del coche y un poco de agua en el fondo de un vaso sucio. Nos inventamos palabras para redefinir lo que ya existe y tenemos que gastarnos el dinero y hacerle fotografías para que todo el mundo se entere de que somos alguien. De que somos igual de gilipollas que el resto.

Vivimos el instante sin pensar en lo que viene, nos lamentamos de un futuro negro pero no movemos ni un dedo para cambiarlo. Asumimos el presente, nos conformamos con lo que imaginamos del tiempo siguiente.

Nos quejamos de nuestras vidas de mierda pero seguimos soportando a nuestros padres, a nuestras madres, a nuestras mujeres, a nuestros maridos y a los impertinentes de nuestros hijos. Soportamos todo eso que odiamos porque nos dan miedo los cambios, nos da miedo que las cosas pudieran irnos bien siendo diferentes. Por eso me quedo con lo malo conocido, porque arriesgarse es más de lo que puedo permitirme.

Putos cobardes. Sólo somos un poco más de lastre para este planeta que va hacia el abismo. Seguimos siendo dóciles, seguimos sin plantar batalla.

Me veo incapaz de sobrevivir a todo esto.

Cada vez más solo. Cada vez más triste.

El día a día sólo consigue enfadarme y que me sangren los nudillos de tanto puñetazo al aire. La falsa sensación de libertad, el coger aire entre poemas y verdades a medias.

Me siento engañado, estafado, porque nadie me dijo que ser adulto se convertiría en esta pesadilla, y que iba a querer arrancarme el corazón y pisotearlo para evitar que me hicieran más daño.

No sabía que iba a estar destrozado antes de llegar a la treintena, no sabía que la vida iba a partirme la cara cada vez que tuviera oportunidad y me obligaría a mirar.

El vacío permanente en medio del pecho, la cabeza siempre en otra parte, tantos perdones que se han quedado en el aire. Y la culpabilidad, siempre la culpa a cuestas, las cadenas, la soga al cuello, la losa a mis espaldas.

Y sé que en la mayoría de ocasiones me hundo porque he convertido la arena en barro con mis propias lágrimas.

No consigo dejar de aullar con la luna llena, y me siento ya poco apto para la vida en general. Acostumbrado a la soledad nocturna, a morder el polvo, a recibir tus golpes.

Cada vez más solo. Cada vez más triste.

Sólo espero el tiro final, el morir en medio de la nieve, desangrarme, teñir el paisaje del granate oscuro de mi sangre podrida de pensamientos inertes.

Los lobos solitarios nos acabamos yendo sin que a nadie le importe demasiado.

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