La vida me huele a Scotch y madera barnizada.
Nunca me gustaron Los Beatles y sus canciones de cuatro acordes, ni las noches de verano paseando por la playa, ni los días de sofá y manta.
Siempre he dejado todo eso para los demás.
Nunca me gustó enamorarme a la primera, ni besar sin cerrar los ojos, ni tampoco los abrazos largos, de más de treinta segundos.
Y, sin embargo, creo que vivo cada día enamorado, sin poder controlarlo desde hace mucho tiempo. Me he dado cuenta de que la soledad es y será el único y verdadero amor de mi vida.
He asumido tantas cosas ya, como que tengo que beber cerveza solo delante de la televisión, que no puedo comentar el tiempo que hará mañana en voz alta, que nadie más decidirá qué música suena en casa ni qué libros decorarán las estanterías hasta que se doblen por culpa del peso de miles de páginas sin leer.
He asumido ya que hay silencio cuando preparo la comida y cuando me hago la cama. Y que siempre empieza el ruido cuando apago la luz y me tapo con las sábanas hasta la cintura. Siempre vuelven las ideas, los malos pensamientos mientras los demás afuera siguen viviendo.
Me abrazo a la almohada, beso a la soledad una vez más y le doy las buenas noches, para pasarme horas a oscuras con los ojos abiertos, incapaz de conciliar el sueño y descansar.
Y pienso, que ojalá me gustaran Los Beatles, las noches de verano por la playa, los días de sofá y manta. Me gustaría enamorarme a la primera, derretir el hielo y ser sincero.
Pero no existe un futuro para mí lejos de ti.
No sabes lo que daría por no estar tan roto, tan desgastado, tan cansado de caminar todas las mañanas. Cansado de fingir calma en medio del desierto, cansado de fingir que no tiemblo de miedo cuando se va el sol.
No sabes lo que daría por quemarme vivo y gritar toda esta rabia que me consume desde dentro.
No sabes todo lo que daría por tener el corazón intacto.