Nos complicamos la vida, somos especialistas en convertirlo todo en espirales sin fin que nos llevan a laberintos de los que no podemos escapar. Lo convertimos todo en un mar de dudas a la primera incoherencia, al primer sí con aires dubitativos, a la primera mirada esquiva. Y se nos retuerce el corazón. Débiles seres de carne y alma.
Admito que por breves instantes he vuelto a creer que las cosas podrían ir bien, pero luego recuerdo que no se trata sólo de tu piel contra la mía. Y que cuando algo comienza con el paso cambiado nunca puede acabar bien. Hablamos siempre de finales antes de haber comenzado a caminar. Por eso me cruzaré de brazos y miraré al futuro con la sonrisa triste del que sabe que ha perdido incluso antes de que comience la partida.
Estoy acostumbrado a reinas de corazones que huyen de todas mis barajas.
Estoy acostumbrado a ver cómo lo mejor no llega.
Estoy acostumbrado a mirar siempre desde la distancia y ser incapaz de tocarte con sólo alargar mi mano.
Me conformé siempre, y me conformaré con ser esa rama a la que te aferres cada vez que caigas, ser tu cuerda, ser el suelo en el que hagas pie, el ancla que impida que vayas a la deriva, el analgésico para que no haya nada que te duela.
Me resignaré a ser dinero suelto en los bolsillos, una sonrisa imprevista, un vaso de agua fría cuando tengas sed, la alarma que te salve de llegar tarde.
No sé si encontrarás a alguien más torpe que yo, que cada vez que juega con el amor lo acaba rompiendo sin darse cuenta.
No sé si encontrarás a alguien más torpe que yo, pero te prometo que esta es toda la verdad.