Maniobras de reanimación en un corazón demasiado desestructurado como para salir ileso de tanto golpe. Agua y jabón para limpiarnos las miles de heridas que deja el día a día en nuestra piel.
Demasiada oscuridad rodeándonos como para saber con claridad qué hay al final de cualquier túnel. Demasiada cobardía como para querer averiguarlo. Se está tan bien con la venda en los ojos, caminando despacio y palpando las paredes para no caer antes de tiempo.
Ni siquiera nos atrevemos a mirarnos a los ojos más de dos segundos por si descubrimos nuevas intenciones, por si nos damos cuenta de verdad de que somos seres retorcidos, reptilianos, de sangre fría y corazón de piedra.
La fachada envuelta en poesía y caricias suaves, canciones que hablan de tu historia como si fuera única, el estado de guerra sentimental en el que vivimos, noches de benzodiacepinas y señales de humo. Pólvora y calor para recordarnos los buenos momentos, todavía veo la lluvia salpicando tu cara de sonrisas.
Y ya no hay nada. Vacío y destrucción.
Después de todo nos damos cuenta de que nadie nos entiende, nadie sabe mirarnos cómo nosotros nos vemos y están en nuestra contra. No hay buenas noticias, los periódicos sólo sirven ya para encender el fuego y nuestras manos quedan demasiado lejos como para volver a tocarse.
Y la gente dice que me atreva, que vuelva a saltar, que grite, que dispare la flecha, que abra fuego, que lance la caballería, que me permita latir contigo.
Atrévete tú, yo lo intenté una vez y mira en qué me he convertido.
Ya no sé ni lo que digo.