Reykjavík.

Blanco, la mente en blanco es una utopía que persigo con ahínco. Dejar de tener esa maraña dentro del cráneo que no se está quieta y que parece una jauría de perros en plena caza campo a través. No recuerdo la última vez que tuve un momento de verdadero silencio, de no pensar en nada, de tener el cerebro en modo avión durante un rato. No recuerdo la última vez que no dolía allí donde se juntan las costillas con el esternón, y que el estómago no me ardía al escuchar tu voz. Tampoco recuerdo la última vez que mi risa sonaba a verdad y que no necesitaba enterrar las ideas en cerveza rubia.

Observo a los demás y veo que en la mayoría de vidas luce el sol, aunque sea a escondidas, y miro mi cielo y sólo veo nubes que cada vez son más oscuras. Temo la furia del temporal, cuando se desate el huracán y todo vuelva a volar por los aires, todo se vaya de nuevo a la mierda y yo tenga que mirar un paisaje desolado, devastado por mis propios pensamientos.  El horror del desastre nuclear en mi sistema límbico.

Soy de esa clase de personas que se equivoca, que elige mal la mayoría de las veces, que nunca está satisfecha, que no tiene suficiente y hace daño sin querer. Soy de esa clase de personas que no se deja descifrar, porque ser vulnerable es peligroso, y dejar los escudos y las armas podría suponer el fin de todo lo que sé. De mi forma de vivir.

Soy esa persona que se levanta cada día porque es lo que tiene que hacer, que saluda siempre, que estará cuando necesites algo, que camina por la calle con los auriculares puestos, que busca música nueva cada dos semanas, que no guarda rencor, que habla por teléfono con cualquiera que le llame, que tiene más libros de los que puede leer, que no quiere fregar las dos tazas con restos de café que hay en la pila de su cocina, que necesita compañía y no lo admite jamás.

Blanco, necesito dejar la mente en blanco para dejar de ver un futuro tan negro que es aterrador, porque nada me convence, porque al final del camino siempre me veo sentado en el mismo banco sin nadie a mi lado. Soy el cuento sin final feliz, el lobo feroz que acaba apaleado, la bestia que necesita esconderse en la última torre del castillo, el jorobado que solloza entre las gárgolas que vigilan la catedral, el pirata con el garfio en la mano y el parche en el ojo.

Siento que soy el vencido y el vencedor de mi propia historia, y no tengo muy claro si voy a ser capaz de sobrevivir a este frío, a mi propio Reykjavík.

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