La sangre que manchaba sus zapatos.

Sus pasos resuenan en el callejón oscuro, las luces de los coches del cuerpo de policía alumbran entre rojos y azules el asfalto desgastado por el paso de los años. Las calles de Londres están desgastadas por la lluvia y el mal tiempo del invierno y Snyder tiene las manos metidas en los bolsillos mientras ojea la zona desde una distancia prudencial. No está dispuesto a que los de la científica se quejen a sus superiores de que siempre están entorpeciendo su trabajo, de que nunca piensa en la escena del crimen. Lo cierto es que se considera demasiado viejo para eso, demasiado a la antigua usanza como para confiarlo todo a la tecnología. No le gusta que todo tenga que ser tomado con pinzas y mucho menos tener que ponerse el traje blanco y las botas para no contaminar la escena. Snyder a pesar de no tener más de cuarenta y cinco años prefiere trabajar como le enseñaron y se resiste a llegar a su oficina y teclearlo todo en el ordenador que tiene en su escritorio.

El olor a sangre se le clava en el nervio olfatorio y en cierto modo le resulta agradable, los homicidios son su hábitat natural y es donde se siente cómodo, juega en su terreno.

— Dadle la vuelta, quiero verle la cara a ese fiambre. —dice antes de acuclillarse junto al muerto y dar una fuerte calada al Lucky Strike que cuelga de sus labios. Mira a un par de la científica con una sonrisa triunfal y vuelve sus ojos claros y cansados hacia su objetivo.

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